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Virginia Jamieson
Poco tiempo después de su inclusión en el pelotón, a un Barnard mucho mas joven se le ocurrió una idea atolondrada. El pensó que podría escabullirse al Reino Intermedio y, con la ayuda de los Guardianes, quedarse allí. Parecía ser una buena idea en aquel momento el volverse invisible a voluntad, no sentir hambre nunca mas, ni tener sueño. Sobre todo, parecía mas beneficioso el ser capaz de recordarlo todo y vivir para siempre, así como sus Compañeros Espirituales lo hacían.
Para alguien que siempre había buscado el conocimiento para su propio beneficio, una memoria “fotográfica” perfecta era mas valiosa que todas las poseciones mundanas, incluyendo la cuenta corriente de su compañía. Con mucha seriedad él se dirigió a los Guardianes para obtener su ayuda en llevar a cabo su alocado plan.
En esos días, Barnard había atravesado el camino estrecho de la vida mas de una vez. El aún se encontraba lamiendo sus heridas meses después del evento. Pero, con apenas una vaga muestra de compasión, al mortal se le dijo que su petición no estaba en el menú.
La respuesta mas bien condescendiente de ABC-22 fué: “Tu eres humano. No puedes ser como nosotros”. Esto hizo a Barnard preguntarse si los Espíritus Guardianes estaban dotados de emociones verdaderas, o incluso un sentido del humor. ¿Quien soñaría con querer entrar permanentemente a su marco temporal si ni siquiera podrían reir? Ellos debían ser un grupo muy, muy triste. En los años siguientes de cooperación celestial-mortal, Barnard descubrió que ellos si tenían emociones y un gran sentido de lo absurdo.
Pero muchas semanas después del impactante entierro de Jennifer Sutton, era George Barnard quien parecía haber perdido para siempre su sentido del humor. El se sentía aislado y estaba extrañando a sus mejores amigos. Luego, ellos le hicieron experimentar algo que él ni se habría imaginado en sus sueños mas salvajes.
* * * * *
Ocurrió en una fracción de tiempo inconmensurablemente pequeña. Quedándose dormido en un momento, el novato se encontró de pie sobre un muelle de concreto al momento siguiente. No había ni un rastro de color en todo lo que vió – la bahía oscura pero tranquila, el cielo nocturno sombrío y con niebla, el muelle de concreto con su baranda de acero. A su izquierda una distante ciudad moderna, a su derecha, a unos ocho pasos, estaba de pie el noble Guerrero. Detrás de ABC-22 había un grupo de doce entidades de tamaño muy variado.
Barnard se preguntaba por que eran tan difíciles de discernir, pero se maravillaba de la gran diferencia en sus tamaños. “Has traído a muchos amigos, Bzutu”, comentó el humano, “una multitud. Pero ellos son difíciles de ver, y tu también”.
Había algo diferente en este viaje, pero el mortal no sabía lo que era. El había visto otras entidades anteriormente; pero nunca tantas a la vez y nunca antes se habían visto tan vagamente.
No hubo respuesta del Guerrero. No hubo presentaciones. ABC-22 cambió de posición, observando a su estudiante mortal con paciencia en todo momento.
“Este no es uno mis mis sueños lúcidos, ¿verdad?” preguntó Barnard.
“Estamos aquí”, fue la respuesta reconfortante del Guardián.
“Tu dijiste que me guiarías”, le recordó el humano. “Yo pedí hacer algo valioso para redimir mi comportamiento. Pedí algo importante para hacer, para que sepas que puedes confiar en mi. ¡No puede ser esto! ¿Me estás jugando una broma?”
“Esto es”, fue la respuesta fuerte y abrasiva.
Barnard miró a su alrededor. No había nada que hacer en este muelle frío, húmedo y solitario, sino tal vez pescar. Que idea mas estúpida venir aquí de noche, pensó él.
“¡Comienza tu tarea, pues!” ABC-22 sonaba algo impaciente. El sonaba como que su estudiante ya debería saber todo lo que necesitaba hacerse.
Barnard miró hacia atrás hacia la marea gentil de la bahía. No había mucho que ver. Solo una gaviota solitaria dando vueltas en la niebla y oscuridad, tal vez a unos quince metros, flotando, dando vueltas en sentido contra-reloj, y flotando nuevamente.
Algo le vino a la mente. “¿Un sentinela marcando un blanco?” preguntó el novato. “¡Ah! ¿Hay un grupo de peces ahí abajo?” quiso saber, pero nadie respondió. “No trajimos nuestras cañas de pescar, las redes o el equipo de buceo”.
El se estaba convenciendo rápidamente que todo aquello era una broma. “Alguien debería informarle a ese pájaro que ya es de noche”, sugirió él. Rió y miró al grupo. Ninguno de los presentes parecía compartir los sentimientos del mortal por querer hacer bromas. Ellos eran un grupo de apariencia muy solemne. A Barnard no le importaron los sentimientos de ellos y le gritó al pájaro: “¡Hey, plumas! ¡Vete a tu casa! ¡Es hora de dormir!”
Luego él miró hacia abajo. Había en realidad algo en el agua, justo debajo de donde flotaba el pájaro. Como si se hubiese dado cuenta de que él lo había notado, el ave se alejó.
Era difícil discernir que era aquel objeto. Casi sumergido, la marea momentáneamente lo hacía visible, luego lo cubría otra vez por unos largos segundos.
¿Que era aquello? Se preguntó. ¿Un cerdo muerto? “¿Me trajeron aquí por un cerdo muerto?” Se sintió profundamente ofendido. “Eso es muy desagradable”.
“Agárralo”, ordenó ABC-22.
El humano titubeó, no queriendo tocar el cerdo, y temiendo desobedecer a su superior, permaneció inmóvil en su sitio. “Creo que mejor me voy a casa”, sugirió debilmente. “Mejor me voy a casa, muchachos”.
“¡Agárralo ya!” insistió ABC-22 con una voz gruñona.
Completamente guiado por aquellos en el muelle, al parecer, Barnard flotó con facilidad, agarró una extremidad, y lentamente arrastró a aquel cuerpo muerto hasta el muelle. El se maravilló de su propia fuerza y condición física, mientras llegaba nuevamente al muelle levantando la carga pesada e hinchada de las aguas con un facilidad notable.
Aún sintiéndose disminuido y desgraciado, sin ceremonias el arrojó el cuerpo sobre la baranda de acero. Dió un paso atrás y miró a la desagradable ciratura. “¡Dios mío! ¡Es una mujer! gritó.
Ella se movió apenas, y sin pensarlo Barnard cayó de rodillas a su lado, apoyándo el hombro de ella sobre la baranda. Pero ella no abría sus ojos y el mortal sabía que no sentiría nada de sus ojos cerrados.
“¡Escúpelo!” le dijo con urgencia. Ese mensaje había aparentemente de la nada. Había sido inspirado, con seguridad, concluyó él. Vino de todas aquellas entidades allí. “¡Escúpelo todo, mujer!” continuó diciendo. Parecía ser lo apropiado para decir en aquel momento.
Un pequeño chorro de agua salió disparado de su boca. “¡Todo! ¡Todo! ¡Ahora!” Barnard siguió ordenándole, sacudiéndola por el hombro.
De repente, un gran chorro de agua salió disparado a una distancia de varios metros y el cuerpo gordo e hinchado de una mujer, que parecía con sobrepeso y escasamente reconocible como humano, se convirtió en el de una joven y delgada dama. Mientras tomaba su forma apropiada, muchas de las heridas en su cuerpo se hicieron mas evidentes. Su piel tomó algo de color y había una cortada profunda sobre su garganta. Ella sentía mucho frío.
Todas las inhibiciones del mortal parecían haberse quedado en otro mundo, en otra realidad. El solamente sentía ternura y caridad hacia esta pobre y desnuda pequeña víctima. Sobre todo, había una necesidad urgente para él de reavivarla.
“¡Escúpelo todo, muejer!” le dijo nuevamente. Pero no había nada mas que escupir. “¡Mírame ahora! ¡Mírame!”insistió él. Su cabeza había caído hacia adelante como la de una desgastada muñeca de trapo. “¡Abre tus ojos, muchacha! ¡Mírame!”
Lentamente ella levantó su cabeza como un perro temeroso. Ella respiraba, sin notar que no había necesidad de respirar.
“Yo soy George Mathieu Barnard. Y tu eres libre ahora”, le informó él. ¡Estas no son mis palabras! pensó él. ¡Ni siquiera son mis pensamientos! “¿Quien ha puesto eso en mi mente?” gruñó, pero no hubo respuesta.
Sus ojos se encontraron por fin y las emociones de la joven fueron compartidas por él. El sintió el horror que ella había sufrido hacía mucho tiempo, y todos sus temores. El sintió el amor que ella le había dado a muchos durante su corta vida, las lecciones amargas que tuvo que aprender. Sus esperanzas y sus planes. Sus necesidades y deseos. Su progreso lento en otro tiempo. Todas las emociones de ella fueron sentidas por el estudiante de los Guardianes, pero él no obtuvo ninguna respuesta.
“¿Quien te hizo esto?” El quiso saber. “¿Quien te mató?”
Con esta pregunta, ella se escabulló, hacia arriba y a gran velocidad. Barnard quedó de rodillas en el muelle de concreto, viendo su mano vacía, que apenas un momento antes había estado en el hombro de ella para darle apoyo.
“¡Ella sí que vuela rápido!” El se levantó y miró a todos los que estaban reunidos allí. Había una gran admiración en su voz. “¡Mira como sube! ¡Increíble!” El se sintió muy emocionado. Luego, las dudas llegaron a su mente y él se volvió hacia el guardián. “Bzutu, esto no es un sueño lúcido, ¿verdad?” preguntó.
“No lo es. Y estamos aquí”, respondió su Superior.
“¿Era esto urgente e importante como prometiste?” preguntó George.
“Así es. Ve a casa, George Mathieu. Está hecho”, dijo el Guía.
Barnard notó que las otras entidades parecía desvanecerse en el aire. Pero ABC 22 estaba todavía a su lado. ¡No me puedo ir ahora! Irme ahora estaría muy mal, pensó el mortal.
“Ve a casa. Está hecho”, le dijo el Guía nuevamente. “¿Por que te demoras? Ve a casa. Es hora de dormir”.
“No lo creo”, respondió el beligerante mortal. Se mantuvo firme y se sujetó a la baranda. “Ni siquiera conozco su nombre”, se lamentó. “Todas sus emociones fueron mías; fuímos como uno. Debo saber su nombre para encontrarla otra vez, mas tarde”. Un lazo tan poderoso se había formado que el mortal estaba preocupado por no volverla a ver jamás.
Aunque las otras entidades eran ya invisibles para él, Barnard sentía que aún se encontraban allí. También sentía la incredulidad de ellos por la determinada desobediencia ante la autoridad que tenía aquel humano.
“Esperaré aquí lo que sea necesario”, le prometió el novato al Guardián, “tu me conoces, Bzutu”. Barnard se aferró con mas fuerza a la baranda. “Debo saber su nombre”.
Los temperamentos se estaban agitando, Barnard podía sentirlo. Le molestaba mucho el no poder ver a las otras Entidades para intentar ver sus emociones mas claramente. Pero el Guerrero estaba a cargo, no había duda, y estaba visiblemente avergonzado por la tenacidad del estudiante.
“Eres tan testarudo”, dijo el Guerrero quejándose.
Al fin pudo ver, bajo un sol brillante – una flecha de madera plana y amarilla apuntando al oeste. Sujeta a un poste de madera cuadrado, con letras negras decía CALLE VIRGINIA.
“Bien”, murmuró el humano. “Es Virginia. ¿Es posible que ella haya tenido la fortuna de haber heredado un apellido también?”, preguntó. “¿Si?”
Apareció rápidamente. Una placa redonda y nacarada con letras blancas en relieve sobre un fondo azul oscuro. Pegada a un edificio y viendo hacia el sur decía JASMISON Ave.
“¿Virigina Jamison?” preguntó él. “Ah, ya entiendo. Falta una E allí. ¡Virgina Jamieson!” El estaba encantado por saber su nombre. “Por Dios, ¿por que te tardaste tanto?” preguntó él bromenando.
“¿Te irás a casa ahora?” fue la respuesta seca y fuerte.
“¿Donde estamos?” preguntó él a su vez. La respuesta llegó, pero él no la escuchó completamente. Sonó como “frisco”.
Todos aquellos veranos buceando en los arrecifes de coral, al parecer habían afectado su audición en su vida diaria mortal. La sordera del arrecife, aparentemente, era igualmente molesta en el Reino Intermedio, pensó él. “¿Que es un frisco?” preguntó. La imagen mental de una barquilla de helado bailaba frente a sus ojos. Sabor a vainilla, presumió George. “¡Esto es ridículo! Estas tratando de confundirme”, le reprochó él al Guardián, que ahora sonreía.
“¡San Francisco!” le informó el Guardián.
“Si estabas tratando de confundirme, Bzutu”, dijo Barnard acusándole. “Lo haces todo el tiempo. Yo lo se”. El se detuvo a pensar lo lejos que estaba de casa y echó una mirada a la ciudad cubierta de niebla. Repentinamente parecía muy diferente, muy antigua. “¿Que estoy haciendo aquí?” preguntó él. “Yo pertenezco a Australia. Hay miles y miles de psíquicos aquí que hubiesen podido liberar el alma de la chica. ¿Por que me trajiste hasta acá?”
“Tu lo pediste”, fue la respuesta inmediata. “Urgente e importante. Tú no eres un especialista. Tu aprendes muchas cosas muy rápido. ¡Vete a casa ahora! Que persistente eres”.
El mortal se aferró con mas fuerza a la baranda. El miró otra vez a la ciudad. ¿1903? ¿1908? ¡Ah! ¡1911! ¡La prohibición! “Fue hace mucho, pero alguien ahora sabe el nombre de esta desconocida”, murmuró. “¡Ese es San Francisco! Mejor dicho, ¡era!”
El alma de la chica Jamieson debió haber estado en la lista para ser liberada con urgencia, pensó él. “¿Por que y como murió, Bzutu?” preguntó. “Es una tragedia. Ella era casi una niña”.
El novato ya había presionado al máximo al Guardián. La paciencia del guerrero se había terminado. La baranda a la que Barnard se aferraba de repente dejó de existir. El ahora observaba a Virginia Jamieson vestida elegantemente, siendo empujada y pateada en una habitación de un piso superior. Ella fue arrojada sobre un silla ancha. Luego, mientras ella era sujetada por el cabello, desde atrás, un pqeuño cuchillo muy afilado cortó su garganta. Ella perdió el conocimiento, pero testarudamente se negó a morir.
A continuación, el baúl de un automóvil antiguo de color negro se abrió. Estaba estacionado en una calle desierta de la zona industrial, en la parte baja de la ciudad. Llovía copiosamente y había pocas luces en la calle. Cuatro manos ansiosas quitaron una alcantarilla y las mismas cuatro manos ansiosas sacaron una alfombra del baúl del vehículo.
De cabeza, el cuerpo desnudo de Virginia Jamieson se escurrió de la alfombra y fue a caer en las aguas revueltas por la tormenta. De alguna manera privado de todo temor, antes que la alcantarilla fuera cerrada, Barnard fue tras ella. Ella luchó débilmente y luego fue arrastrada por la corriente.
“Usted no murió desangrada, señorita”, dijo él sin emoción. “De hecho... se ahogó”. El estaba fría y casualmente informándole acerca de las circunstancias precisas de su muerte.
El siguió al cuerpo a través de la larga caverna. Una de las barras oxidadas faltaba en la rejilla al final del túnel. Sin enterarse del hecho que estaba completamente muerto, el cuerpo delgado y pequeño de de Virginia Jamieson se escurrió a través de la rejilla hacia la bahía. Barnard volvió a subir al muelle. El estaba de regreso en el lugar preciso en que había comenzado. “Así fue como ocurrió”, comentó él, esperando escuchar que se fuera a casa con urgencia. Pero nadie había esperado a que él regresara. Estaba solo.
O por lo menos, así parecía.
En un instante, él estaba de regreso en su habitación, sentado a borde de su cama y preguntándose porque se sentía tan bien, tan pronto, después de aquella experiencia perturbadora. Habían transcurrido menos de quince minutos desde que él había cerrado sus ojos para disfrutar de una noche de sueño ininterrumpido, justo antes de que los Guardianes se lo llevaran volando espiritualmente. Esto era lo que él había pedido hacía muchos años, solo para que le dijeran que a él no se le permitía compartir el mismo marco temporal de ellos. “¡Lo hicieron!” le dijo a los Guardianes. “¡Fue fantástico!”
El estaba completamente despierto ahora, sintiéndose complacido. Las semanas de molestias y depresión causadas por el entierro de Jennifer Sutton habían desaparecido de su mente, casi de inmediato. Nuevamente, él le había causado dificultades a ABC-22, pero había cosas que Barnard necesitaba saber.
¿Acaso no le había dicho el Guardián “tu has venido a aprender muchas cosas rápidamente”? murmuró Barnard sarcásticamente. “No eres un especialista. Que persistente eres George Mathieu. Si, una molestia difícil de superar, Bzutu, de no ser así jamás aprendería cosa alguna”.
Los Guardianes deben comprender porque su estudiante era tan obstinado, pensó. Ellos deben saber mas de mi que yo mismo.
* * * * *
La Esencia, Alma, o Ser Astral de Virginia Jamieson había estado dormida, descansando en la bahía de “Frisco” por mucho tiempo. Era una personalidad disminuída, pero todas las emociones de la vida experiencial estaban contenidas en el “paquete etéreo” que ahora había sido puesto en libertad. La consciencia de ser y del paso del tiempo con seguridad no existían. Todo esto, por lo menos, era obvio para Barnard.
Ella podría haber sido lo que algunos llaman un fantasma – un accidente por la disolución desordenada de las partes que componen a una altamente compleja criatura humana. Como este aspecto olvidado de la joven mujer podía elevarse, sin ayuda aparente, era un misterio para él.
Mas misterioso aún era el sentimiento patético y autosatisfecho que ahora se marinaba en su alma. Sus cuentas estaban ahora saldadas. Barnard estaba verdaderamente encantando de que su deuda había sido perdonada completamente. ¿Una deuda a quién? se preguntaba. El no tenía idea acerca de todo esto. Aún habían muchas preguntas.